Un silvicultor que cuida su entorno

En 1713 el alemán Hanns Carl von Carlowitz publicó el primer libro ‘forestal’. En él planteó cómo se podía llegar a un equilibrio entre el cultivo y la conservación. Tres siglos después Fernando Montenegro, entre la risa y la incredulidad, se sorprende de quiénes no creen en este concepto de manejo sostenible, o lo que resulta peor, no se acogen a él.

De cabello blanco y ojos celestes saltones, Fernando no se define como ecologista ni extractivista. No le gustan los extremos y cree que la clave está en el uso de los recursos y la conservación.

«Son dos cosas que no se pueden separar», asegura este chileno de 68 años, mientras recorre su pequeño laboratorio en Cumbayá. Nació, creció y estudió en Chile, pero la crisis de 1983 lo condujo hasta Ecuador. Aquí trabajó durante 20 años en una empresa maderera, donde participó en áreas como la domesticación de plantas forestales y fabricación de tablas.

Desde esta labor detectó que las visiones eran o muy extractivistas o muy conservaduristas. Por esa experiencia es que buscó el camino medio que, por lo general, construyó y sigue construyendo mediante su criterio. «El ser humano debe hacer uso de la naturaleza siempre y cuando no la perjudique», asegura Fernando, quien se considera un silvicultor innato. Dice que la ignorancia lo llevó a elegir esa carrera, no sabía bien a qué se metía. Hoy sabe, en cambio, que no podría hacer otra cosa que no sea forestal. Su trabajo le permitió conocer todo tipo de bosques, por lo que asegura que son un ecosistema complejo, que no se puede hablar de que todos son megadiversos porque en algunos existen especies predominantes, que los convierten en puros. «La naturaleza es sabia, siempre va a buscar el equilibrio biótico, siempre se va a encargar de mantener esa balanza». Tras su jubilación, hace cinco años, supo que él también debía mantener ese equilibrio. Buscó una actividad que lo mantuviese motivado. «Así nació esta idea», argumenta, mientras señala su pequeño laboratorio de clonación.

Su proyecto 4 000 frascos de vidrio están distribuidos en tres grandes estantes. Dentro de ellos hay minúsculas, pequeñas y medianas plantas de teca. Todas con sus raíces sumergidas en un gel blanco. Unas comparten el frasco con otras plantas y algunas están solas dentro del recipiente transparente.

Con ambas manos, Irma Chicaiza sostiene cuatro envases con contenidos diferentes: uno tiene una diminuta raíz, en otro se ve una yema, en otro una planta que llega hasta la tapa del recipiente y el último guarda 10 plantas de 2 cm cada una.

Irma es una de las tres técnicas que ayuda a Fernando a llevar un registro de las 50 000 plantas de teca que hay en ese pequeño cuarto. El espacio tiene dos ventiladores que se prenden y apagan automáticamente y logran una temperatura adecuada para el crecimiento de las plantas.

Junto a esa cámara de crecimiento hay dos más: la de enraizamiento y la de propagación limpia. A esta última solo se puede ingresar con unos zapatos especiales. Dos técnicas, con gorro, máscara y guantes de doctor, cortan con una pinza ramas minúsculas de la pequeña planta. Luego colocan las hojas, una a una, en un frasco con el gel que es una simulación del suelo por su contenido en minerales y vitaminas. No tiene, sin embargo, ninguna bacteria u hongo.

Mostrando los recipientes con las diminutas hojas sobre el gel blanco, Fernando explica que es una de las fases de la clonación. El procedimiento empieza mucho antes, en la selección de los árboles que él denomina extraordinarios y sirven para la clonación en laboratorio o in vitro.

Desde hace cinco años que recorre 13 predios en Esmeraldas, Guayas, Manabí, Los Ríos y Pichincha, en busca de árboles de teca que somete a un análisis de 14 rasgos: 5 cuantitativos y 9 cualitativos. Antes de analizarlo se fija que no sea ovalado sino redondo, que sea recto y no curvo, que sea robusto y no delgado. Si pasa esos sencillos requisitos, lo analiza con los criterios más detallados.

El proceso en el campo es simple, se corta el árbol y queda el tocón. Tres meses después él regresa y recoge los brotes que han crecido en ese pedazo de tronco. Para almacenar esos brotes los guarda en una funda con cierre, siempre protegiendo que no se contaminen.

«Son procesos que requieren mucha paciencia, de los cinco años cuatro fueron investigación y este último ya estamos empezando a clonar, pero no veremos los resultados sino en un par de años más». Cada planta permanece tres meses en los frascos asépticos, tres meses más en unos recipientes plásticos con cierre y otros tres en el vivero. Luego son plantados en campos específicos.

El objetivo de este proyecto, recuerda Fernando, es el mejoramiento genético de la teca. «Pero no descarto empezar procesos similares con otras especies pronto».

El proceso

Cada brote que se corta del tocón (lo que queda cuando se tala un árbol) puede multiplicarse hasta 15 veces. El número de clonaciones depende de la calidad del material genético.

Hongos o bacterias SEnS pueden filtrarse en algunos frascos, si esto sucede, las plantas no serán resistentes para soportar el resto del proceso, por eso la planta afectada debe ser eliminada del procedimiento.

En su laboratorio, Fernando trabaja con tres técnicos y dos ingenieras en Biotecología que se encargan de analizar constantemente las muestras.

Luego de seis meses SEnS de las etapas de crecimiento y enraizamiento, las pequeñas plantas son transportadas al vivero ubicado en La Concordia.

Fuente: El Comercio

 

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