Baños de bosque

Un grupo de personas se adentra en silencio en un bosque del Prepirineo. Sólo se oye el crepitar de la hojarasca y el trino de pájaros. Se percibe la luz solar tamizada por las hojas y los rayos colándose entre el ramaje. Las sombras de los troncos se prolongan a medida que avanza el día. El aroma a tierra húmeda emerge. Los miembros del grupo camina entre arboledas, descansa, realizan ejercicios de respiración… Están dándose un baño de bosque , o como se conoce en japonés, shinrin-yoku, una práctica con propiedades terapeúticas surgida hace 30 años en aquel país.

El shinrin-yoku, cuya traducción literal sería “tomar la atmósfera al bosque” o “baño de bosque”, es recomendado por los médicos japoneses y de Corea del sur a sus pacientes. En Europa, varias entidades oficiales y programas comunitarios apuestan por sensibilizar al sector médico al respecto. Pues, además, supone un valioso “servicio de salud natural” con coste cero para las administraciones. Respirar aire puro es saludable. Estar en contacto con la naturaleza, ir de excursión, disfrutar de la quietud de un bosque, también. La experiencia propia y la intuición lo corroboran. Ahora, estudios científicos efectuados principalmente en Japón detallan el alcance de los beneficios que brinda sumergirse en este medio.

El fisiólogo y antropólogo Yoshifumi Miyazaki, desde la Universidad de Chiba, y el doctor en inmunología Qing Li, del Departamento de Higiene y Salud Publica de la Escuela Médica Nipona, de Tokio, lideran las principales investigaciones. Durante la última década han llevado a cabo repetidos estudios para dilucidar los efectos fisiológicos en individuos expuestos a un entorno forestal o a sólo algunos elementos de ese entorno. Y han medido diferentes parámetros, constantes vitales y la actividad cerebral en centenares de personas antes y después de una sesión de shinrin-yoku. Los resultados revelan que tras un paseo de un par de horas por el bosque se reduce la presión sanguínea, decrece la concentración de cortisol en la saliva (biomarcador del estrés), bajan los niveles de glucosa en la sangre, se reduce la actividad cerebral prefrontal y se estabiliza la actividad nerviosa autónoma en los humanos.

Los trabajos concluyen que pasear varias veces al mes por un bosque fortalece el sistema inmunitario del hombre. Se incrementa el vigor y se reducen los niveles de ansiedad, depresión, angustia y fatiga. Además de mejorar el sistema cognitivo. El paseante, además, puede inhalar las denominadas fitoncidas, sustancias volátiles y no volátiles producidas por plantas y árboles. Una suerte de aromaterapia natural in situ, que relaja y activa el sistema inmunitario.

Los últimos estudios de Qing Li y Tomoyuki Kawada constatan que frecuentar parques forestales aumenta también la actividad NK, con un incremento del número de células NK y los niveles de proteínas anti-cancer intracelulares. Este efecto permanece durante más de 30 días después. Dado que las células NK (Natural Killer) son linfocitos que proveen defensas contra tumores y virus, los investigadores sugieren que la visita a los bosques tiene efectos preventivos en la aparición y progresión del cáncer. Por ello, los médicos orientales recomiendan también baños de bosque a pacientes con esta enfermedad, como complemento de otras terapias. El profesor Qing Li en el último congreso Forest for People celebrado en Estados Unidos, presentó la ponencia Introducción a la medicina del bosque como nueva medicina preventiva. Recientemente se ha creado la Sociedad Internacional de Medicina de la Naturaleza y el Bosque (Infom). En su labor de proseguir la investigación y difundir su gran potencial médico, aglutina hoy a investigadores de Japón, EE.UU., Corea, Grecia o Finlandia.

En nuestro país, el ingeniero forestal Jaume Hidalgo, desde el Institut de Medi Ambient de la Universitat de Girona y Accionatura, impulsa el proyecto Selvans. Un programa de conservación de bosques maduros y santuarios forestales de Catalunya, que prevé la creación de una extensa red de itinerarios forestales terapéuticos.

“La evidencia que reportan los estudios japoneses y coreanos –explica Hidalgo– es un punto de partida que nos anima a llevarlos a cabo. Paralelamente, desde el ámbito de la investigación, se harán estudios clínicos que nos irán dando información, con una investigación hecha según los procedimientos de aquí”. Para la investigadora británica Liz O’Brien, autora del informe Arboles y parajes forestales. Servicio de salud natural, “los bosques son entornos restaurativos donde los sonidos, la vista y los olores experimentados juegan un papel fundamental reduciendo el estrés y estimulando los sentidos”. Los estudios realizados por O’Brien se dirigen a profesionales de la salud y el medio ambiente. “La calidad de vida que se deriva de frecuentar el bosque –recalca– se traduce en bienestar físico, psicológico y social. La visita al bosque es, además, gratuita. Un factor destacable cuando consideramos las desigualdades de salud y la inclusión social”. Esta experta apunta que nadie debería vivir a más de 4 km de una área forestal accesible, de no menos de 20 hectáreas.

Algunos estudios actuales retoman la teoría de restauración de atención (ART) formulada por Raquel y Stephen Kaplan, profesores de psicología ambiental de la Universidad de Michigan, EE.UU., a partir de sus investigaciones iniciadas en los setenta con el Servicio Forestal Americano. Los Kaplan vincularon su teoría a los entornos naturales, explicando cómo nos sentimos fatigados cuando dirigimos nuestra atención hacia una tarea específica durante tiempo. Y recobramos la energía a través de la atención involuntaria que no requiere un esfuerzo. Los entornos naturales son restaurativos. En el contexto de la sociedad de las nuevas tecnologías, la teoría de los Kaplan suscita renovado interés. Desde la UE, este tema ha merecido su atención a través del programa COST (Cooperación en Ciencia y Tecnología). LaAcción E39 –Bosques, Árboles y Salud Humana– involucró a 160 investigadores de 23 países durante cuatro años. El objetivo es incrementar el conocimiento de cómo los bosques pueden contribuir a una mayor salud y bienestar.

Gloria Domínguez –ingeniera forestal, doctora en sociología y participante en la Acción E39– señala como desde el sector forestal y científico hay un cierto acuerdo en los beneficios que el bosque puede reportar a la salud. “No obstante, desde el ámbito político, en nuestro país no ha habido ningún movimiento al respecto. Ahora las recomendaciones tienen que venir desde la sanidad pública –remarca–. Que el mensaje cale. Y que se apliquen políticas encaminadas a ello. Cuanto más valorado esté el bosque desde el punto de vista social y de sus beneficios para la salud física y mental de la población, más se trabajará en la preservación”. “En general, en Occidente el sistema sanitario está diseñado para curar enfermedades. En vez de recomendar salud”, opina el doctor Antoni Fernández Solá, especialista en medicina interna y experto en Síndrome de Sensibilización Central, que también participó en la Acción E39. “La biofilia es la apetencia, la afinidad innata, que tiene el ser humano de estar en contacto con la naturaleza, que es de donde viene, su ambiente originario. En las ciudades muchos de los espacios que hemos creado enferman. Tienen un impacto físico, químico o electromagnético negativo sobre el ser humano –indica el doctor Fernández Solá–. Actualmente hay una necesidad de entornos más saludables. Y es muy importante que se produzca un retorno a los entornos naturales, puesto que es donde el ser humano se encuentra más adaptado”.

Según Jaume Hidalgo, el proyecto Selvans persigue incrementar la custodia de bosques maduros para que devengan viejos. Es decir, parajes con más de cien años sin actividad de tala, con árboles centenarios y bicentenarios. Con esta protección se garantizará una evolución natural del bosque. Paralelamente, también pretende crear riqueza local. “La implementación de los itinerarios forestales terapéuticos implica que en cada bosque se necesita un actor del lugar, que se ocupe de ello. Este nuevo enfoque desde la salud representa un cambio importante –reconoce–. Gracias a la nueva utilidad se pueden canalizar muchos recursos que harán posible una gestión más sostenible y dinamizarán el medio forestal”. El proyecto Selvans –que lleva el nombre de la antigua divinidad etrusca que protegía los bosques– quiere facilitar el acceso de la sociedad a unos parajes con grandes cualidades paisajísticas.

Amos Clifford –introductor en EE.UU. del shinrin-yoku– comenta que desde España le han llegado solicitudes para participar en los cursos de formación para guías de terapia de bosque que su organización lleva a cabo. “Esta práctica se basa en un robusto cuerpo de evidencias científicas que demuestra cómo pasar tiempo andando tranquilamente por el bosque tiene significativos efectos sobre la salud. Pero no es como una excursión –matiza–. Es más lento. Podría decirse que, en cierta forma, es un paseo meditativo. Es conveniente que alguien que conozca la práctica te guíe porque ayuda a obtener el máximo de la experiencia”. Sus cursos cuentan con una doctora en el equipo consultivo que imparte clases a los residentes en prácticas. Y confirma como una nueva generación de médicos en EE.UU. se muestra interesada en este tipo de terapia. Aunque de momento entre los facultativos sea bastante desconocida. Ante otras peticiones desde Francia y Alemania, Clifford (restaura el orden en la salud y medicina china) –au­tor del libro A Little handbook of shinrin-yoku– se plantea organizar un curso de formación en Europa durante el 2015.

Preguntada sobre la situación hoy en Inglaterra, Liz O’Brien puntualiza: “Diría que las recomendaciones de los médicos a sus pacientes para que visiten bosques y espacios verdes es muy irregular, aunque parece ir en aumento. También los beneficios de la naturaleza son mencionados cada vez más a menudo en las estrategias de salud, se promueven y hay nuevos proyectos en marcha”. Si bien el término shinrin-yoku es contemporáneo, la relación y veneración de los japoneses hacia la naturaleza aflora de una larga tradición. Se remonta a antiguas prácticas budistas y sintoístas que preconizan dejar que la naturaleza penetre en el cuerpo a través de los cinco sentidos, por su valor terapéutico físico y mental.

De hecho, el organismo humano interactúa con el entorno a través de la vista, oído, gusto, olfato y tacto, además de los distintos sistemas: respiratorio, neurológico, etcétera. Según el doctor Miyazaki, “en el conjunto de nuestra evolución, los humanos hemos estado el 99,9% de nuestra existencia en entornos naturales. Nuestras funciones fisiológicas están adaptadas a este medio”. Como antecedentes en Europa estarían los sanatorios para tratar la tuberculosis, fundados en el siglo XIX por médicos como Hermann Brehmer. Ubicados en el seno de grandes bosques centroeuropeos, basaban sus terapias en los efectos positivos de los paseos al aire libre. Entre los médicos de la época se consideraba que los pinos segregaban sustancias con propiedades benefactoras para la salud. Aunque la palabra fitoncidas todavía no existía, la acuño en 1928 el bioquímico ruso Boris P. Tokin.

Tras conocer la práctica del shinrin-yoku, Miquel Àngel Cabrer, profesor de taichi en Barcelona, ha organizado varias salidas para tomar baños de bosque con sus alumnos. Cabrer –coautor del libro recién editado Restoring order in health and chinese medicine– explica que acompaña el recorrido con ejercicios de taichi y daoyin (respiración y movimiento corporal) “para ayudar a estar más abiertos a los olores, colores y sonidos del bosque. Pero lo importante –subraya– es estar allí sin un objetivo concreto. En la vida cotidiana ya perseguimos demasiados”. La inmersión en el bosque con Cabrer es una caminata factible para todo el mundo en cuanto a esfuerzo físico se refiere, pero tiene sus pequeñas reglas. Móviles apagados y cámaras fotográficas fuera de uso. Buena disposición para pasear en grupo reducido y hacerlo en silencio. A medio día, pícnic a solas a cobijo de algún árbol y descanso también en solitario. Luego los baños. El grupo se sumerge en el bosque a las 11.30 h de la mañana, bien desayunado. Se sale del bosque a las 18.30 h de la tarde. El tiempo se detiene o transcurre veloz indistintamente. Después, nadie mide nuestras constantes vitales, ni niveles de cortisol, ni la concentración de fitoncidas inhaladas. Pero lo que allí seguro se respira es paz. Sin duda vale la pena darse uno de vez en cuando.

Leer más: https://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20140808/54412779142/banos-de-bosque.html#ixzz3CYIg6E7R

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *