
Foto: Monumental tress
Desde tiempos inmemoriales muchas culturas consideraron al roble el árbol sagrado por excelencia. Es el árbol consagrado a los dioses. Los griegos veneraban a Zeus en el roble oracular de Dadona, y Júpiter, su equivalente romano, fue venerado en el Capitolio, donde había un roble sagrado. Así ocurrió también en el culto celta, para quienes el roble estaba dedicado al dios de la creación Dagda, y se le consagraba al equinoccio de primavera, el inicio de la vida anual.
Hacia el comienzo del primer milenio a.C., cuando los celtas comenzaron sus expansiones, un reducido número de hombres y mujeres con una gran sabiduría eran denominados como poseedores del “conocimiento del roble”. En la propia religión celta el roble continuó siendo venerado como el gran símbolo del crecimiento de las plantas. Y como culto, su simbolismo permaneció entre los celtas tiempo después de que se hubiese perdido entre los griegos y los romanos.
El roble era considerado como el padre de los árboles mágicos y sobre sus ramas crecía, de manera esporádica, una planta parasitaria que se conoce como muérdago. Los celtas pensaban que el muérdago había surgido cuando un rayo hendió a un roble, por lo tanto era algo mágico. Según el historiador romano Plinio el Viejo: “Nada hay más sagrado para los druidas que el muérdago y el árbol en el que crece, especialmente si se trata de un roble. Ellos escogen robledales para establecer allí sus árboles sagrados y no practican ninguna ceremonia sagrada sin usar ramas de roble. Cualquier cosa que crece en las ramas del árbol ha sido enviado por los cielos, e indica que el árbol ha sido elegido por Dios”.
Nos dice también que el muérdago era recogido por un druida con una hoz de oro en el sexto día de la luna y lo recogían de los robles, pues el muérdago, al alimentarse de su sabia, conservaba las propiedades mágicas que se atribuían a este árbol, junto con propiedades medicinales propias. El que se cortase con una hoz de oro es porque el oro, al ser un metal que no se oxida, se consideraría que no quitaría pureza o no interferiría en la trasmisión de la supuesta “energía sutil”.
Es probable que el muérdago fuese considerado sagrado porque se mantiene siempre verde, sea la época del año que sea. Además, está en una posición intermedia entre el cielo y la tierra, sin pertenecer a ninguno de los dos. Para la cultura celta la vida de los hombres estaba íntimamente relacionada con los bosques, estos les proporcionaban protección, cobijo, leña para alimentar sus hogueras y en ellos se abastecían de caza y frutos necesarios para su alimentación.
Asimismo, el árbol se constituía en un pararrayos natural. Desde épocas remotas existe la costumbre de plantar una encina o un roble junto a la casa para protegerla de las tormentas y de los rayos. Esta costumbre se asienta en un riguroso aval científico, pues la encina o el roble poseen la propiedad de atraer a los rayos y conducirlos a tierra.
Las descargas eléctricas de los poderosos rayos confirmaban una relación de la fuerza extrema con la naturaleza, y los robles, por su tamaño y fortaleza, seguramente sobrevivieron a las descargas de los rayos de forma más asidua, esa peculiaridad sería entendida por los pueblos como “tocados por la mano de Dios” y pasarían a formar parte del mundo mágico.
Según una antigua tradición que une el mundo de las hadas con los robles y que se pierde en la noche de los tiempos, entenderíamos que el roble es una entrada al mundo de los seres feericos y el árbol por antonomasia de la magia y la brujería. Los robles añejos, los más viejos y mágicos, están habitados por las hadas que protegían y defendían su árbol a toda costa.
Algunos folcloristas afirman que si se atrapa una hoja de roble cuando va cayendo del árbol, se asegura una completa inmunidad a gripes y catarros durante todo el invierno. Llevar un trozo de roble o una bellota, atrae la buena suerte. Para los celtas el roble reunía la fuerza y la sabiduría, siendo el árbol real y el punto central de sus ritos públicos e iniciáticos. La antigua corona del emperador romano era una guirnalda de hojas de roble, no de laurel, y el cetro una vara de roble. Cabe señalar también que en la literatura artúrica, la Tabla Redonda era de madera de roble.
La madera de roble, carballo como lo denominan en Galicia, es el alimento de los fuegos sagrados. Como trasmite San Martín Dumiense en “De correctione rusticorum” a finales del siglo VI. También en los “Capítulos Sinodiais de Mondoñedo” en el siglo XVI, hay referencias al “Tizón de Nadal”.
En la víspera de Navidad y coincidiendo con el solsticio de invierno se encendía en las aldeas el fuego nuevo. Se limpiaba con mucho cuidado el hogar y en él se ponía un gran tronco de carballo que se encendía con el fin de atraer a la suerte a casa y a sus moradores, una vez que se hubiese quemado un poco se dejaba apagar el fuego y se conservaba el “tizón de Nadal”, para volver a encenderlo cuando existía el temor de alguna desgracia en la casa. En algunas zonas en lugar de la Navidad el fuego era encendido el Sábado Santo al ser incluido dentro de la liturgia cristiana. Las cenizas del tizón tenían todo tipo de cualidades benéficas: contra el mal de ojo, como fertilizante, como protector ante las calamidades y las enfermedades, para amainar las tormentas…
Por: José Benito García Iglesias
Fuente: Pontevedra Viva